lunes, 15 de septiembre de 2014

Una de cada tres carreras será en inglés o bilingüe

Enlace a elmundo.es
  • El ministro de Educación, José Ignacio Wert, está preparando una Estrategia para la Internacionalización de las Universidades Españolas 2015-2020 (enlace al borrador).
  • Entre los objetivos de esta estrategia se encuentra "incrementar el número de programas de Grado y Máster bilingües, impartidos en español e inglés o en otras lenguas extranjeras" (página 42 del borrador). Más concretamente, se pretende que "al menos 30% de Grados y 50% de Máster" sean "bilingües o en inglés" (página 54 del borrador).
  • En este sentido, se plantea "promover el aprendizaje de un nivel suficiente de inglés por todo el PDI, PAS y cargos académicos" y "establecer incentivos a nivel institucional para el perfeccionamiento del inglés y otras lenguas extranjeras por el PDI y PAS" (página 42 del borrador).
  • Se plantea también como objetivo "incrementar la movilidad internacional del personal universitario: PDI y PAS"; y en relación con ello, la "valoración de las actividades internacionales de educación, I+D+i y transferencia de conocimiento en la acreditación y carrera profesional de personal docente e investigador y de administración y servicios"; para lo cual se propone la "revisión de la normativa y orientaciones en materia de reconocimiento para la acreditación del PDI y la carrera profesional del PAS" cuya finalidad es la "introducción de criterios de internacionalización en la acreditación, valoración y reconocimiento de complementos para el PDI y PAS" (página 37 del borrador).

domingo, 14 de septiembre de 2014

La Comunidad Valenciana estrena los préstamos universitarios

Enlace a elpais.com

· Los estudiantes podrán pedir un crédito a un tipo máximo del 5% y pagarlo al graduarse.

· Rectores y alumnos reclaman que se refuercen más las becas.

· Los préstamos destinados a universitarios son habituales en otros países. 17 de los 28 de la UE los ofrecen o los avalan, aunque llegan a una parte muy baja de los estudiantes, desde el 0,1% en Francia al 11% en Letonia, según informe de la Comisión Europea National Student Fee and Support Systems (Tasas estudiantiles nacionales y sistemas de ayudas).

jueves, 11 de septiembre de 2014

CCOO advierte de que varias titulaciones de la ULL "corren serio peligro" de desaparecer

Enlace a tenerifeahora.
  • El responsable de la secretaría de universidades de CCOO-Canarias, Alberto Marín, alerta de que existe un "peligro real altísimo" de que se retire la titulación de Periodismo.
  • Sobre esta carrera hay un informe negativo de la Agencia Estatal de Calidad y la ULL tiene de plazo hasta octubre para corregir las deficiencias.
  • El sindicato ha avisado de que la amenaza está también sobre otras titulaciones, sobre todo las nuevas que se han comenzado a impartir en la ULL en la última década.
  • Alberto Marín ha explicado que el principal problema es la modalidad de contratación del profesorado, ya que en las nuevas titulaciones hay demasiados docentes con contratos de asociados a tiempo parcial.
    • También ha insistido en que no hay peligro de despidos en la universidad tinerfeña, ha recordado que hay 200 profesores menos por jubilaciones.

    miércoles, 10 de septiembre de 2014

    La 'asfixia' económica resucita la amenaza de los despidos en la ULL.

    Enlace a eldia.es.

    • En su discurso de apertura del curso 2014-2015 Eduardo Doménech advirtió de que el mantenimiento de la plantilla de la institución "no se puede garantizar si se continúa en la senda de los ajustes" y de la "asfixia" a la que, a su juicio, ha sido sometida la Universidad.
    • "No nos basta ya con mantener el presupuesto. Ya no es una buena noticia que no haya más recortes, porque mantener la misma aportación por parte del Gobierno será de forma efectiva una reducción presupuestaria", afirmó Eduardo Doménech, quien augura una "importante" disminución de los ingresos por el descenso de alumnado derivado de la menor duración de los estudios de grado (cuatro frente a los cinco de las licenciaturas).
    • Si se presentan nuevas y acuciantes necesidades de recortar el gasto habrá que recurrir a los despidos.
    • El director general de Universidades del Gobierno de Canarias, Carlos Guitián, ve muy difícil incrementar la financiación más allá de "cosas concretas", ya que para aumentar los fondos, hay que detraerlos de otras políticas de la Consejería. "La prioridad absoluta es la enseñanza obligatoria; por lo demás, hay que seguir sacrificándose".

    sábado, 12 de julio de 2014

    ¿Educación o mercado? (Concha Caballero)



    Sentado junto al Ministro de Educación, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, afirmó que “los universitarios españoles tienen un nivel comparable a los estudiantes de secundaria de Japón”. Busco algún dato que avale esta información y resulta que el estudio —todavía no publicado— procede de una Fundación denominada Conocimiento y Desarrollo que está presidido por Ana Botín, consejera del grupo Santander y miembro del Consejo de Administración de Coca-Cola. De esta fundación forman parte, también, un nutrido grupo de grandes empresas españolas que buscan, entre sus objetivos, adecuar el sistema universitario al mercado laboral.
    En la misma comparecencia, el secretario de la OCDE se manifestó a favor del copago universitario y de convertir las becas actuales en un sistema de préstamos a devolver por el estudiante. Los medios de comunicación “compraron” inmediatamente el escandaloso titular y casi ninguno citó que se trataba de un estudio de un grupo empresarial. Junto a esta noticia, que desacreditaba el conjunto de la Universidad española, se relacionaba el paro con la sobretitulación o la titulación equivocada de nuestros jóvenes y no con el modelo productivo de nuestro país. Al parecer hay millones de puestos de trabajo pero nuestros jóvenes, ay, tienen titulaciones equivocadas. Debe ser por eso por lo que en medio mundo se les recibe con los brazos abiertos mientras que en nuestro país el mercado laboral los expulsa.
    Varios días después se dio a conocer un informe sobre la educación financiera de los jóvenes de 15 años y en el que los estudiantes españoles han quedado en la cola. Esta vez sí se trata de un informe de la OCDE solo que no es un informe global sino reducido a una quincena de países. Nuevamente mi sorpresa es que el BBVA patrocina estos estudios y su presidente, Francisco González, afirma que “la educación financiera es una tarea colectiva”. El caso es que los alumnos que tenían cuentas corrientes en bancos (al parecer un 50% de la muestra) sacaron muchos puntos de ventaja sobre el resto. Pero la desigualdad social no es algo que preocupe en absoluto a la OCDE ni a sus estudios, lo importante son los resultados, la competencia, la evaluación numérica, que no evolutiva, de los alumnos. Según González, la educación financiera es “una parte muy importante de lo que es una sociedad en cuanto a tomar decisiones informadas en cuanto a su ahorro, en cuanto a su gasto. Hace que los ahorradores sean más consistentes y que los deudores sean mucho más responsables en el tiempo”. O sea que la labor de la educación es la simple integración en el mercado laboral y la de formar ciudadanos que paguen a los bancos.
    Me informo de que han empezado a emerger empresas evaluadoras, compraventa de pruebas valorativas, cursos especializados para que los centros obtengan resultados superiores al calor de esta fiebre cuantificadora del sistema educativo. En algunos países asiáticos ya se someten a pruebas de hora y media de duración a niños de seis años. Desde pequeños hay que inducirlos a competir en el mercado. En vez de un nombre, una historia, una cultura, serán un número en la escala global que les otorgará su lugar exacto en el mercado laboral.
    La mercantilización de la educación no es ya una tendencia sino una realidad que se expone con descaro y sin el menor respeto a la comunidad educativa. La opinión del profesorado, de la pedagogía, de las ciencias sociales no cuenta para nada en el diseño educativo. Son las empresas y la banca los que diseñan la orientación y las materias que se imparten. La educación como proceso de formación del ser humano, de transmisión de cultura, conocimientos, creatividad y crítica ha sido suprimida sin contemplaciones. No hablemos ya siquiera de su valor como equilibrador social y como igualdad de oportunidades. Por eso, la OCDE que no la Unesco ni algún organismo internacional de rostro más humano ha ocupado el lugar de autoridad educativa mundial. A no ser que se produzca un movimiento de regeneración educativa, aviados vamos entre el inmovilismo de la vieja escuela y la mercantilización brutal de nuestro futuro.

    domingo, 26 de enero de 2014

    Exámenes al por mayor (Juan Torres López)



    Una vez oí decir a un viejo profesor universitario que las reformas universitarias en España se hacen siempre de la misma forma: con objetivos anglosajones, recursos africanos y mentalidad carpetovetónica. Y creo que eso es lo que más o menos ha ocurrido con la última dirigida a homologar nuestro sistema universitario con el europeo de enseñanza superior. Se han cambiado planes de estudio, se han hecho docenas de nuevos programas docentes y se ha modificado la secuencia temporal de las carreras, pero mucho temo que pasó como en la novela de Lampedusa, que todo cambió para que todo siguiera igual.
    Para los estudiantes, que al fin y al cabo son la pieza fundamental de cualquier nivel educativo, Bolonia, como es conocida la reforma, ha supuesto, sobre todo, embarcarse en una especie de continua carrera de obstáculos. En lugar de organizar la enseñanza universitaria para que gracias a ella los jóvenes aprendan a reflexionar y a enfrentarse al mundo con autonomía y capacidad transformadora, se han montado los cursos de tal forma que apenas puedan respirar.
    Alumnos de uno de mis grupos que acaban estos días el cuatrimestre terminan las clases de una asignatura un viernes a las 18.00 y tienen el examen final el día siguiente a partir de las 8.30. Otros se quejaban de que un día terminan un examen final a las 20.30 y al día siguiente a las 8.30 está convocado el de mi asignatura, no por mi gusto, sino porque he de seguir los horarios que me marca el decanato.
    ¿Hay tiempo así para que los alumnos y alumnas maduren y asimilen los conocimientos? ¿Se puede valorar de esa forma lo que de verdad han aprendido y lo que no, las habilidades que han desarrollado?
    Tal y como se organizan los cursos, con programas comprimidos hasta la extenuación porque el profesorado quiere enseñar todo lo que considera necesario que sus discípulos aprendan y con una prueba detrás de otra, sin apenas disponer de tiempo entre ellas o entre las clases, la enseñanza se convierte en una tensión estresante de donde es muy difícil que florezca un auténtico saber. Porque este solo brota de la reflexión pausada, del disfrute del tiempo y de la serenidad, de las muchas horas de debate, tareas y lecturas en solitario y compartidas.
    No creo que nada de esto sea casualidad. La enseñanza está organizada así conscientemente porque no se desea que haya una ciudadanía sabia. No lo puede ser quien solo aprende a sortear suspensos y buscar el aprobado como sea. La educación no es nada cuando se divorcia incluso de la naturaleza porque, como dice un proverbio chino, en esta no hay premios y castigos sino consecuencias.
    “¿Cómo reformaría las enseñanzas de economía?”, se preguntaba la gran economista Joan Robinson y creo que su respuesta es extensible a cualquier otra rama del conocimiento: “Ante todo, decía, prescindamos de los alumnos que solo desean aprobar”.
    Aquí promovemos lo contrario. Hay que hacer milagros y remover Roma con Santiago para poder llevar a cabo algún proyecto que se salga del aula en el horario férreamente marcado o que sea ajeno al curso monótono de una clase detrás de otra: o no hay tiempo, o no hay espacios concebidos para el encuentro, o tienen mañana un examen, o el otro profesor les ha encargado una prueba...
    Y el no va más de este contrasentido es que el propio profesorado está obligado a sufrir la misma presión. A su docencia se le llama ahora “carga” docente y, para que se evalúe su productividad científica mediante los llamados sexenios, miles de profesores universitarios tienen que dedicar semanas a preparar un papeleo tan engorroso que han nacido empresas especializadas para encargarse de ello. Con tantos éxito que bastante antes de que terminen los plazos ya anuncian que no admiten más encargos.
    A veces tengo la impresión de que la forma en que están estructuradas las enseñanzas hace que a mis alumnos les ocurra lo que decía Mark Twain que siempre quiso evitar, que la escuela entorpece su educación.

    domingo, 15 de abril de 2012

    La reforma de la Universidad: preguntas erróneas, respuestas incorrectas

    José Antonio Pérez García (UPV) y Juan Hernández Armenteros (UJA), economistas y expertos en financiación universitaria.

    (Fuente: EL PAÍS, 15-04-2012) 

    El profesor Ernest Lluch insistía en sus magistrales clases de historia del pensamiento económico, que más de la mitad de la resolución correcta de un problema consistía en formular la cuestión a resolver con rigor metodológico y datos ciertos. Tras escuchar al señor Wert, nuestro ministro de Educación Cultura y Deporte, en la rueda prensa posterior al Consejo de Ministros del pasado viernes 13 de abril, nos ha surgido una seria preocupación respecto a cuál es la naturaleza del examen al que se somete a la comisión de expertos creada para hacer propuestas sobre la gobernanza, el proceso de selección y acreditación del profesorado y los estudiantes, y la economía y las finanzas de las universidades.

    Nada que objetar -todo lo contrario- a contar con el asesoramiento de una comisión de expertos, cuya composición nos merece además la mayor de las consideraciones y respeto, personas todas ellas cualificadísimas y que seguramente conseguirán pasar la prueba con matrícula de honor, aunque el planteamiento del problema a resolver que les ha formulado el señor ministro está plagado de datos erróneos y juicios de intención sobre el actual funcionamiento de la universidad española, que justifican la reforma de la actual gobernanza universitaria.

    El señor ministro Wert no ha dejado de preguntarse desde su toma de posesión por qué no hay ninguna universidad española entre las 100 primeras de los rankings internacionales. Hay que explicarle que los citados rankings se refieren casi exclusivamente a la actividad investigadora, y que de esos primeros 100 puestos, 99 están ocupados por universidades que operan en países con un sector científico-tecnológico (I+D+i) que supera en todos los casos el 2,3% del PIB (llegando a superar el 3% en el caso de USA), mientras que en España el sector I+D+i está en el 1,3% y bajando. ¿Habrá quizás alguna relación de causalidad en esta circunstancia? La única universidad fuera de esa norma es la Universidad de Moscú.


    El señor ministro Wert insiste en que la universidad española tiene un 30% de abandono en la enseñanza superior, no es correcto. Existe ese porcentaje de abandono de las titulaciones (en un 70% de los casos para cambiar a otras titulaciones), no de los estudios universitarios, en los que la tasa de abandono es inferior al 12%. Como ya explicamos en su día (El País, 8 de junio 2011) el cálculo del profesor Dolado, que es el que ha puesto números a ese “despilfarro” de 3.000 millones en el sistema universitario español , es erróneo y carece de objetividad.

    El señor ministro Wert presenta como una demostración del fracaso de la universidad, que existe un 21% de desempleo entre los universitarios de 25 a 29 años, lo que es desde luego una realidad drámatica, pero un 60% menos drámatica que la del paro juvenil total superior al 50%. Como lo es que la tasa de desempleo de los titulados universitarios sea del 12%, frente al 24% del conjunto del mercado laboral.


    El señor ministro Wert entiende, y comprobamos que es una moda extendida en las dos “capitales”, que despide un fuerte aroma centralista (sí, también existe el centralismo catalán), que en España se han creado demasiadas universidades, en demasiados territorios. Desde luego el Estado de California no tiene 10 universidades como afirmó rotundamente el señor ministro en la rueda de prensa, sino exactamente 146, es decir casi el doble que en España. Pues bien por aclarar la cuestión, y por citar sólo a los dos países con más universidades en los 100 primeros puestos de los rankings internacionales: en Estados Unidos hay 309 millones de habitantes y 3.277 universidades, es decir una universidad por cada 94.000 habitantes; en el Reino Unido hay 61 millones de habitantes y 241 universidades, es decir una universidad por cada 253.000 habitantes. En España somos 47 millones de habitantes y tenemos 79 universidades, es decir, una universidad por cada 582.000 habitantes. ¿Cuál es el problema?¿Donde está la sobredimensión del número de nuestras universidades? Al contrario, lo que seguramente tenemos es un problema de excesivo tamaño y falta de especialización de nuestras instituciones, que deben consolidarse y especializarse, mejorando -precisamente con ello- su gobernanza y su capacidad de excelencia. ¿A ver cuántas universidades de más de 20.000 alumnos (tamaño medio español) encuentran entre las 100 primeras de los rankings mundiales?

    Los datos de la OCDE en Educatión at a glance 2011, sobre rendimiento académico en los estudiantes de educación superior, revelan que un 79% de los universitarios españoles obtiene su diploma en la “edad típica” de obtenerlos, frente a un 70% de la OCDE.

    Y si hablamos de esfuerzo en gasto público, tendremos que reconocer -al menos- que las universidades públicas proveen de estudios superiores a sus alumnos a un coste total significativamente inferior (como mínimo un 25% de media) que el que exigen las universidades privadas a sus estudiantes. ¿No debemos considerar este detalle si hablamos de eficiencia?

    Para terminar con los datos, debemos señalar que aunque efectivamente el esfuerzo en becas ha mejorado en los últimos años, seguimos dedicando a ese capítulo la tercera parte que la media de los países de la OCDE.

    No, señor ministro Wert. No le han facilitado los datos adecuadamente y -en consecuencia- no dispone usted de un diagnóstico certero de los problemas del sistema universitarios español. Es cierto que hay problemas de baja demanda en muchos títulos (muy acusado en los Masters), de inactividad de una parte de la capacidad científica disponible y, sobre todo, de traslación al tejido productivo de valor añadido para innovar y competir mejor. Pero mal haremos si denostamos, y menos el ministro de Educación de España, lo que funciona más que aceptablemente como la docencia universitaria y la productividad científica. Ambas resisten sin esfuerzo una comparación internacional, invirtiendo en ello un 20% menos de recursos anuales que en la media de la OCDE (1,2 % del PIB, respecto a 1,5% del PIB).

    El balance general no es catastrófico como se pretende, ni mucho menos, aunque hay áreas de la actividad universitaria que pueden y deben ser mejoradas. Y efectivamente, la universidad española es un puntal de nuestro futuro y merece una atención reformista de primer orden y la atención prioritaria de la política gubernamental. Los objetivos de ese impulso no pueden ser otros que ampliar la excelencia académica y científica y mejorar mucho el rendimiento social del gasto universitario (público y privado).

    Seguramente estamos de acuerdo en que reformar la gobernanza de las universidades (públicas suponemos) ayudaría a ello. Aunque no es un caso único, reconozcamos que hay otras muchas gobernanzas manifiestamente mejorables ¿la de la Unión Europea?, ¿la del sistema financiero? , y un largo etc. con efectos mucho más letales y que requerirían una acción más decidida. Pero si estamos decididos a ello, y parece que lo estamos desde el primer día de la toma de posesión del señor ministro, hay que ser capaces de reconocer que es un tema complejo, delicado, en el que no es fácil acertar, y en el que es posible incluso empeorar.

    Puestos de acuerdo en que conviene cambiar el sistema de gobernanza, aspecto que junto con otros son considerados estratégicos en el Documento de la Comisión Mixta de Financiación (26/04/2010), es preciso hacer diana en la elección, y para ello parece lógico imitar a los mejores: mucha autonomía académica, mucha cualificación profesional en los máximos responsables, fuertes capacidades de auto-organización, empezando por la selección de estudiantes, profesores, investigadores y gestores, con un marco laboral a la vez flexible y estable, y la libre fijación de precios y salarios; y siguiendo: más flexibilidad, menos regulación, menos intervencionismo administrativo, menos obligaciones burocráticas y más evaluación externa rigurosa y objetiva., cero de intervención política, menos subvenciones, pero mucha más financiación pública y privada por resultados.

    José Antonio Pérez García (UPV) y Juan Hernández Armenteros (UJA) son economistas y expertos en financiación universitaria.


    jueves, 28 de mayo de 2009

    Bolonia somos nosotros

    Por Francisco J. Laporta, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

    miércoles, 13 de mayo de 2009

    A propósito de Bolonia

    Por Enrique Gil Calvo, profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

    miércoles, 29 de abril de 2009

    Desafueros bolonianos

    Por Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política.

    jueves, 16 de abril de 2009

    Cara y cruz del proceso de Bolonia

    Por Ignacio Sotelo, catedrático excedente de Sociología.

    jueves, 1 de enero de 2009

    La crisis universitaria y Bolonia

    Por Juan Ramón Capella, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona. (El Viejo Topo, enero de 2009)

    martes, 16 de diciembre de 2008

    Bolonia, la Universidad y un bulo que crece

    Por Pablo Martel Escobar, catedrático de Física de la ULPGC.

    Bolonia y los estudios de Derecho

    Por Francisco Sosa Wagner, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de León. (El Mundo, 16/12/2008).

    En las Facultades de Derecho españolas somos muchos los profesores discretos, con años de ejercicio y con un abultado currículum, que no damos crédito a lo que vemos. De nuevo estamos presenciando una reforma que se lleva por delante planes, títulos, contenidos de las asignaturas, en medio de la opacidad que proporciona un lenguaje cabalístico, preñado de una palabrería tan esotérica que llega a ser cómica: hay cientos de protocolos, evaluaciones, autoevaluaciones, habilidades, competencias, destrezas: un festival inventado por pedagogos a la violeta.

    Fuera de este ruido que solo entienden los iniciados, lo que llama la atención de esta batahola es la falta de explicaciones acerca del alcance de la reforma por parte de las autoridades ministeriales. Es de notar que, pese a que buena parte de las competencias universitarias se hallan alojadas en las Comunidades autónomas, el organigrama de la Administración central sigue florido y en permanente crecimiento: contamos con ministerio, secretaría de Estado, direcciones generales, presidencias de Agencias… no nos falta de nada, estamos bien servidos. Pues bien, practicamente nadie de quienes ocupan tan elevadas poltronas se ha tomado la molestia de comparecer en los periódicos para, pluma en mano, explicarnos a los universitarios el arcano de sus designios y hacerlo en el lenguaje apropiado que merecemos quienes somos profesionales de la Universidad y por tanto no podemos aceptar camelos de bisutería política.

    Porque ha de saberse que lo que Bolonia significa no es aceptado o es ampliamente discutido en países que merecen mucho crédito. En tal sentido, se conoce poco que en el documento firmado por los partidos cristiano-demócrata y social-demócrata para la formación del actual Gobierno alemán, en ese mismo importante y solemne documento, se rechaza «Bolonia» para los estudios de Derecho en las Facultades alemanas: «la formación de los juristas -puede leerse- ha de acomodarse a las exigencias de las profesiones jurídicas. Como no se advierte una necesidad en tal sentido, los partidos firmantes rechazan la incorporación del proceso de Bolonia a la formación de nuestros juristas».

    A pesar de este precedente, silencio de nuestro mando hispano. Y para hacer juego, silencio de los mandados. Porque es de ver asimismo el mutismo de claustros, de juntas de Facultad o de profesores individuales. Pocos colegas han comparecido en los medios para exponer sus puntos de vista y esto vale para la Prensa nacional y, por lo que conozco, la regional, cuando ambas se han mostrado siempre solícitas a la hora de acoger las reflexiones de quienes a ellas se aventuren. Hay excepciones notables que mucho se agradecen pero que no hacen sino realzar el escenario de sigilo que denuncio. Resulta triste decirlo, y más para quienes humildemente luchamos contra las autoridades franquistas en el último tramo de la vida de la dictadura: había más vida en las juntas de Facultad de aquella época que en las de ahora. Infinitamente mayor conciencia pública, mayor valentía y mayor audacia. ¿Cómo es posible que la democracia haya tenido este efecto narcótico?

    Y, por lo que se refiere a los estudios de derecho, silencio ominoso del Ministerio de Justicia y de los colegios profesionales, de abogados, de notarios etc, así como de las asociaciones de jueces y magistrados. ¿Es que no interesa a ninguno de ellos cuál sea la formación de los juristas? Muy en especial, me dirijo al Ministerio de Justicia ¿puede sin más desentenderse de lo que se va a enseñar en las facultades de Derecho? Pero ¿cómo es posible una indiferencia tan frívola?

    Son ahora los estudiantes -pocos- quienes se han levantado en algunos centros contra la reforma enarbolando unas banderas que, aunque de forma confusa, dan en la diana de sus trucos. Así, por ejemplo, cuando denuncian la entrega de la Universidad y sus títulos a las necesidades de las empresas, lo cual es en esencia cierto porque llevamos muchos años oyendo la cantinela de que la Universidad ha de ponerse al servicio de la sociedad. Lo que es a un tiempo cierto y falso. Porque si las demandas sociales han de ser atendidas, será previa su adecuada valoración y, por supuesto, sin descuidar el mundo de las «Humanidades» o de los enfoques básicos imprescindibles -de la Filosofía, de la Física o de la Matemática-, hoy relegados a un último plano por un Gobierno que, encima, blasona de «progresismo». De forma un poco provocadora pero bien expresiva Tomás y Valiente nos dejó escrito que «la Universidad es y debe seguir siendo muy tradicional, profundamente sospechosa y un poco inútil». Bolonia. Precisamente a Bolonia debemos los juristas nuestro oficio. Allí nació la escuela de los glosadores que puso a punto, por medio de un nuevo método, el Derecho Romano justinianeo para ser utilizado en el espacio del Sacro Imperio Romano Germánico. Nada se entiende de la Historia de Europa desde el siglo XII para acá sin saber lo que Bolonia y sus juristas significaron.

    Pues bien, de Bolonia viene ahora de nuevo un cambio en los métodos. Se trata de que docentes y discentes trabajen más y lo hagan en seminarios, en clases prácticas, en sesiones de debate … Todo ello debe destronar la «clase magistral», lo cual no quiere decir exiliarla porque, aunque parezca una exageración, aún quedan «maestros» en las Facultades de Derecho. Pocos pero quedan. Tales innovaciones han de ser bienvenidas y ni siquiera los viejos nos oponemos a ella, conscientes como somos de que nuestro trabajo tradicional se encuentra obsoleto desde hace muchos años, yo diría que desde Gutenberg.

    Ahora bien, esta dimensión de la reforma nada tiene que ver con la entrega del diseño de las titulaciones y de los planes a las más de cincuenta Facultades españolas, es decir, a sus profesores y catedráticos y a sus descoloridos órganos de gobierno. Porque es de advertir a quienes viven fuera del «alma mater» que en ella cada centro universitario se dispone a aprobar en los próximos meses las reglas por las que se van a formar generaciones y generaciones de jóvenes licenciados en Derecho y lo hace prácticamente de manera libre (fuera de unos burocráticos controles a posteriori), guiados por una única brújula: los intereses individuales de los profesores -y de los estudiantes- que colaboran en estos desaguisados. Se suprimen asignaturas, se aumentan o se reducen horas lectivas en cambalaches de pasillos y en trueques de favores o en intercambio de venganzas. Así estamos y es bueno que lo sepan quienes me lean y viven al margen de este zoco.

    Es decir, podríamos decir que, por un lado, hay Bolonia y, por otro, la variante española, que llamaremos de Chamberí, y que abarca todo aquello que se ha metido de matute por nuestras autoridades en el ambicioso plan de creación del espacio europeo. Pero de verdad ¿qué espacio europeo puede crearse cuando los planes de las Facultades de Derecho son distintos entre Valencia y Castellón, Sevilla y Córdoba, Santiago y La Coruña, León y Valladolid? ¿Qué posibilidades tendrán los estudiantes para la «movilidad»? Como bien se ha señalado en un documento de UPyD, antes que el espacio europeo habrá de crearse el espacio español, fragmentado en más de cincuenta pedazos a causa de nuestras invenciones y de la forma desorientada en que se está conduciendo el proceso.

    Es hora de detener esta alocada carrera y autoridades para ello no nos faltan. Y es la hora llegada asimismo de formar una Comisión de juristas, todos de avanzada edad y sin intereses directos implicados, procedentes de las distintas profesiones jurídicas (catedráticos, abogados, magistrados, notarios …), para que formulen un plan uniforme y mínimo destinado a la formación de los licenciados en toda España. La única desgracia que le falta a la Justicia española es que se llegara a consumar la extravagancia en curso.

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    martes, 9 de diciembre de 2008

    Privatización y control de la Universidad

    Por José María Asencio Mellado, catedrático de Derecho Procesal de la Univesidad de Alicante (informacion.es, 9/12/2008) >>>

    El proceso de Bolonia y las sucesivas reformas que se están imponiendo en la Universidad tienen un fin concreto y meditado, aunque sea a medio o largo plazo: la privatización de la institución, la subordinación de ésta al mercado y la creación de una élite de estudiantes que, lejos de acceder por méritos a los estudios superiores, lo será, fundamentalmente, por los recursos con que cuenten.
    Sólo hay que ver lo que se esconde tras los objetivos perfilados al momento del diseño de Bolonia que no fueron, aunque éste sea el explicitado con profusión, los de unificación europea del espacio universitario. Junto a éste, loable desde luego, aparecen los de subordinar la Universidad a las exigencias del mercado y los de modificar la financiación, minorando la inversión pública y aumentando la privada, siendo mecanismos destacados al efecto de modo expreso los de incremento de los precios de las matrículas, acercándolos al valor real del servicio y los de sustitución de las becas por préstamos a devolver en el futuro. Todo muy bien, si no fuera porque los recién licenciados suelen ser mileuristas que bastante tienen con pagar, si les llega, la hipoteca.
    Que sea el mercado el que diseñe la Universidad constituye un criterio economicista que, más allá de suponer una relegación del conocimiento a la utilidad y el beneficio, implica que será el mercado el que determine qué carreras son útiles y cuáles merecen ser suprimidas, siendo las de humanidades, poco rentables económicamente, aunque lo sean importantes para el desarrollo humano, las que estarán en grave riesgo. Igualmente, será el mercado el que determine el número de alumnos de cada estudio, pues sólo se admitirá a aquellos que el mercado pueda absorber. Y, en fin, que los curricula se deberán articular, más allá de la adquisición de los conocimientos plenos de una carrera, atendiendo a criterios de especialización que hagan maestros absolutos de un poco e ignorantes del todo.
    Nadie podrá ejercer profesión alguna con los cuatro años de las llamadas diplomaturas, pues para acceder a una profesión se exigirá una maestría (máster es palabra extraña a nuestro idioma) y las maestrías, como acredita la experiencia española y foránea, digan lo que digan, nunca podrán ser asumida por la Universidad con sus medios y a precios públicos. Serán privadas y con costes elevados. Decir lo contrario, cuando el Estado y las CC AA no piensan aportar ni un euro al nuevo modelo y cuando nuestras universidades están al borde de la quiebra, es una burda mentira que sólo pueden creer los que viven en la confianza en quienes han acreditado que no la merecen.
    Reformar la Universidad es necesario, pero toda reforma debe hacerse atendiendo a unos objetivos y con unos medios que en este caso son el primero rechazable y, el segundo, inexistente. Que los métodos de docencia han de modificarse es algo que nadie discute y que, en todo caso, ya se está haciendo desde hace tiempo sin que nadie lo imponga, pues las evaluaciones continuas son un fenómeno cada vez más extendido. El problema es que nadie ha enseñado a profesores y alumnos método ninguno de enseñanza diferente a aquel en el que todos los que hoy estamos en la Universidad hemos aprendido, desde niños. Nos hemos formado en la clase magistral y en la superación de exámenes desde pequeños y no sabemos hacer otra cosa. Lo intentamos, pero los resultados, como mucho, son fruto del puro voluntarismo. Ni nosotros sabemos, ni los alumnos, en su mayoría, están preparados para asistir a clases al estilo norteamericano. No es el modelo que conocen y dominan. Una reforma del modelo educativo exige preparación y tiempo, algo similar a la EpC en inglés. Yo practico, sin que nadie me lo haya exigido, sino por convencimiento, el modelo Bolonia desde hace dos años, no hago exámenes, sigo evaluaciones continuas, los exámenes son prácticos. Puedo hablar, pues, con conocimiento de causa. Y doy fe de las extremas dificultades.
    El profesorado está siendo sometido, paralelamente, a sistemas de control, llamados de calidad, que no sirven al efecto, sino sólo para reducir drásticamente el acceso de los jóvenes y, al fin, el número de profesores. Con sueldos bajos, mileuristas, pretenden mantener en puestos inestables a personas con edades cercanas a los cuarenta años que acumulan méritos tales como ser licenciados, doctores, premios extraordinarios de doctorado, con libros y artículos publicados, con becas en universidades extranjeras, etcétera. Y, a muchos que cuentan con estos méritos, les niegan la promoción sin que nadie, absolutamente nadie, lea sus trabajos, pues el control no se hace sobre la calidad de lo hecho, sino sobre estándares externos y medidos a peso, destacando más que la docencia o la investigación, la labor burocrática realizada y todo ello, de manera absolutamente inconstitucional, apreciado por personas anónimas, pues los informes sobre los que se hacen las valoraciones son redactados por sujetos desconocidos que actúan en la más absoluta impunidad. Es más, dichos evaluadores tampoco son de la materia valorada, de lo que cabe inferir que no son las obras lo que se analiza, sino un conjunto de criterios que nada tienen que ver con el mérito. Y en muchas ocasiones los que informan y valoran poseen muchos menos méritos que los evaluados, pues son designados a dedo, no por sorteo, por el Ministerio de Ciencia o la llamada ANECA, organismo privado ¿cómo no? que cumple las directrices gubernamentales. A dedo y anónimos. Y, en fin, los criterios de evaluación no constan ni en la ley, ni en los reglamentos, sino en decisiones internas de aquella agencia, careciendo de valor normativo, no obstante lo cual los anteponen, en clara infracción del principio de legalidad y de la seguridad jurídica, a las disposiciones legalmente establecidas, incluso con efecto retroactivo. Inquisición pura de un modelo incomprensiblemente propiciado por el actual Gobierno que, tarde o temprano, tiene que estallarle en las manos.
    Por supuesto que el anterior sistema de acceso tenía graves inconvenientes y que había de ser desterrado, por las corruptelas de todos conocidas. No lo apoyo. Pero, entre aquel con sus deficiencias y el actual, oscurantista y que no atiende a los contenidos de los trabajos, sino a criterios estrictamente formalistas y discrecionales, con electos a dedo, no por sorteo y sin analizar el trabajo hecho en sus contenidos, prefiero el primero.
    Malos tiempos para la Universidad y malos para la enseñanza en general. Al igual que sucede en la Justicia, hay que invertir en medios materiales y personales, saber qué se quiere y hacia dónde se camina. Genialidades todos las tenemos. Lo importante es sabernos limitados en nuestras invenciones y que no se aplauda a quien no está asistido de razón, por muchos pasillos ministeriales que recorra en detrimento de los que, al dedicarse a trabajar, carecen de disponibilidad de tiempo para tan ardua labor de intriga.
    Y quien esto firma, no tiene ya que someterse, afortunadamente, a dichos controles. Mis opiniones, pues, son libres y desinteresadas.

    José María Asencio Mellado es catedrático de Derecho Procesal de la Univesidad de Alicante.

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    martes, 11 de noviembre de 2008

    Primer borrador del Estatuto del Personal Docente e Investigador de las Universidades españolas

    Enlace al borrador en la web del Ministerio de Ciencia e Innovación.

    Enlace a la presentación del borrador en la web del Ministerio de Ciencia e Innovación.

    Una evaluación externa para ascender en la Universidad

    (Reportaje publicado en El País, 11/11/2008)

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    lunes, 10 de noviembre de 2008

    La descomposición de la Universidad

    Por José Luis Pardo, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid (El País, 10/11/2008) >>>

    Como sucede a menudo en política, la manera más segura de acallar toda resistencia contra un proceso regresivo y empobrecedor es exhibirlo ante la opinión pública de acuerdo con la demagógica estrategia que consiste en decirle a la gente, a propósito de tal proceso, exclusivamente lo que le agradará escuchar. Así, en el caso que nos ocupa, las autoridades encargadas de gestionar la reforma de las universidades que se está culminando en nuestro país -sea cual sea su lugar en el espectro político parlamentario- han presentado sistemáticamente este asunto como una saludable evolución al final de la cual se habrá conseguido que la práctica totalidad de los titulados superiores encuentren un empleo cualificado al acabar sus estudios, que los estudiantes puedan moverse libremente de una universidad europea a otra y que los diplomas expedidos por estas instituciones tengan la misma validez en todo el territorio de la Unión.

    Una vez establecido propagandísticamente que el llamado "proceso de Bolonia" consiste en esto y solamente en esto, nada resulta más sencillo que estigmatizar a quienes tenemos reservas críticas contra ese proceso como una caterva de locos irresponsables que, ya sea por defender anacrónicos privilegios corporativistas o por pertenecer a las huestes antisistema del Doctor Maligno, quieren que siga aumentando el paro entre los licenciados y rechazan la homologación de títulos y las becas en el extranjero por pura perfidia burocrática. Vaya, pues, por adelantado que el autor de estas líneas también encuentra deseables esos objetivos así proclamados, y que si se tratase de ellos nada tendría que oponer a la presente transformación de los estudios superiores.

    Sin embargo, lo que las autoridades políticas no dicen -y, seguramente, tampoco la opinión pública se muere por saberlo- es que bajo ese nombre pomposo se desarrolla en España una operación a la vez más simple y más compleja de reconversión cultural destinada a reducir drásticamente el tamaño de las universidades -y ello no por razones científicas, lo que acaso estuviera plenamente justificado, sino únicamente por motivos contables- y a someter enteramente su régimen de funcionamiento a las necesidades del mercado y a las exigencias de las empresas, futuras empleadoras de sus titulados; una operación que, por lo demás, se encuadra en el contexto generalizado de descomposición de las instituciones características del Estado social de derecho y que concuerda con otros ejemplos financieramente sangrantes de subordinación de las arcas públicas al beneficio privado a que estamos asistiendo últimamente.

    Habrá muchos para quienes estas tres cosas (la disminución del espacio universitario, la desaparición de la autonomía académica frente al mercado y la liquidación del Estado social) resulten harto convenientes, pero es preferible llamar a las cosas por su nombre y no presentar como una "revolución pedagógica" o un radical y beneficioso "cambio de paradigma" lo que sólo es un ajuste duro y un zarpazo mortal para las estructuras de la enseñanza pública, así como tomar plena conciencia de las consecuencias que implican las decisiones que en este sentido se están tomando. De estas consecuencias querría destacar al menos las tres que siguen.

    1. La "sociedad del conocimiento". Este sintagma, casi convertido en una marca publicitaria que designa el puerto en el que han de desembarcar las actuales reformas, esconde en su interior, por una parte, la sustitución de los contenidos cognoscitivos por sus contenedores, ya que se confunde -en un ejercicio de papanatismo simpar- la instalación de dispositivos tecnológicos de informática aplicada en todas las instituciones educativas con el progreso mismo de la ciencia, como si los ordenadores generasen espontáneamente sabiduría y no fuesen perfectamente compatibles con la estupidez, la falsedad y la mendacidad; y, por otra parte, el "conocimiento" así invocado, que ha perdido todo apellido que pudiera cualificarlo o concretarlo -como lo perdieron en su día las artes, oficios y profesiones para convertirse en lo que Marx llamaba "una gelatina de trabajo humano totalmente indiferenciado", calculable en dinero por unidad de tiempo-, es el dramático resultado de la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables en el mercado empresarial. La reciente adscripción de las universidades al ministerio de las empresas tecnológicas no anuncia únicamente la sustitución de la lógica del saber científico por la del beneficio empresarial en la distribución de conocimientos, sino la renuncia de los poderes públicos a dar prioridad a una enseñanza de calidad capaz de contrarrestar las consecuencias políticas de las desigualdades socioeconómicas.

    2. El nuevo mercado del saber. Cuando los defensores de la "sociedad del conocimiento" (con Anthony Giddens a la cabeza) afirman que el mercado laboral del futuro requerirá una mayoría de trabajadores con educación superior, no están refiriéndose a un aumento de cualificación científica sino más bien a lo contrario, a la necesidad de rebajar la cualificación de la enseñanza superior para adaptarla a las cambiantes necesidades mercantiles; que se exija la descomposición de los saberes científicos que antes configuraban la enseñanza superior y su reducción a las competencias requeridas en cada caso por el mercado de trabajo, y que además se destine a los individuos a proseguir esta "educación superior" a lo largo de toda su vida laboral es algo ya de por sí suficientemente expresivo: solamente una mano de obra (o de "conocimiento") completamente descualificada necesita una permanente recualificación, y sólo ella es apta -es decir, lo suficientemente inepta- para recibirla. Acaso por ello la nueva enseñanza universitaria empieza ya a denominarse "educación postsecundaria", es decir, una continuación indefinida de la enseñanza media (cosa especialmente preocupante en este país, en donde la reforma universitaria está siguiendo los mismos principios seudopedagógicos que han hecho de la educación secundaria el conocido desastre en que hoy está convertida): como confiesa el propio Giddens, la enseñanza superior va perdiendo, como profesión, el atractivo que en otro tiempo tuvo para algunos jóvenes de su generación, frente a otros empleos en la industria o la banca; y lo va perdiendo en la medida en que el profesorado universitario se va convirtiendo en un subsector de la "producción de conocimientos" para la industria y la banca.

    3. El ocaso de los estudios superiores. No es de extrañar, por ello, que el "proceso" -de un modo genuinamente autóctono que ya no puede escudarse en instancias "europeas"- culmine en el atentado contra la profesión de profesor de bachillerato que denunciaba el pasado 3 de noviembre el Manifiesto publicado en este mismo periódico: reconociendo implícitamente el fracaso antes incluso de su implantación, la administración educativa admite que los nuevos títulos no capacitan a los egresados para la docencia, salida profesional casi exclusiva de los estudiantes de humanidades; pero, en lugar de complementarlos mediante unos conocimientos avanzados que paliarían el déficit de los contenidos científicos recortados, sustituye estos por un curso de orientación psicopedagógica que condena a los profesores y alumnos de secundaria a la indigencia intelectual y supone la desaparición a medio plazo de los estudios universitarios superiores en humanidades, ya que quienes necesitarían cursarlos se verán empujados por la necesidad a renunciar a ellos a favor del cursillo pedagógico.

    Todos los que trabajamos en ella sabemos que la universidad española necesita urgentemente una reforma que ataje sus muchos males, pero no es eso lo que ahora estamos haciendo, entre otras cosas porque nadie se ha molestado en hacer de ellos un verdadero diagnóstico. Lo único que por ahora estamos haciendo, bajo una vaga e incontrastable promesa de competitividad futura, es destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria, y ello sin ninguna idea rectora de cuál pueda ser el modelo al que nos estamos desplazando, porque seguramente no hay tal cosa, a menos que la pobreza cultural y la degradación del conocimiento en mercancía sean para alguien un modelo a imitar.

    José Luis Pardo es catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.

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    lunes, 20 de octubre de 2008

    "Una gran universidad no puede funcionar como un negocio"

    Entevista: John Sexton, Presidente de la Universidad de Nueva York (El País, 20/10/2008)

    J. A. AUNIÓN - Madrid - 20/10/2008

    John Sexton gesticula con el mismo entusiasmo con el que habla de la Universidad como un "bien público". En un tiempo en el que de la educación superior se habla en términos de eficiencia, de su obligación de revertir beneficios cuantificables a la sociedad, el presidente de la Universidad de Nueva York (Sexton, de 66 años, lo es desde 2001) habla de pasiones, de centros que formen a los alumnos, no sólo en una disciplina, sino para tener "una buena vida", de la Universidad como "la mejor esperanza para llevar a la sociedad, a la vida de la gente, la inteligencia y el entendimiento".

    Sexton viajó a Madrid recientemente porque la universidad neoyorquina celebró su 50 aniversario en Madrid con un programa en el que los alumnos pasan un semestre o un año en España. La Universidad de Nueva York, privada, es una de las mejores del mundo según las clasificaciones internacionales, está en mitad de un proyecto para convertirse "en una red global". Ya tiene campus en Argentina, China, Francia, Ghana, Reino Unido, Italia y Chequia; está a punto de abrir otros en México, Emiratos Árabes e Israel; y se está planteando crear otro campus más en Madrid. "Queremos hacer un modelo distinto de institución que no esté atada a un solo sitio -el mundo de las ideas y el talento es móvil-, porque si estás en un solo sitio vas a perder muchas cosas", dice.

    Una universidad en los cinco continentes para un mundo globalizado. "El siglo XXI será el del conocimiento", en el que los motores de finanzas, los seguros y los bienes inmuebles serán sustituidos por la "inteligencia, la cultura y la educación".

    Pero advierte de algo "que muchas veces los políticos pierden de vista": que esa sociedad del conocimiento no estará basada sólo en la ciencia y la tecnología, sino también en "las humanidades, las ciencias sociales, los escritores, los poetas, los artistas, los músicos...".

    Sexton habla de la Universidad como una inversión a largo plazo -"es muy difícil que los políticos hagan inversiones a largo plazo, porque no dan votos a corto plazo", se queja-, y dice que así tendrían que verla los alumnos: "Demasiados buscan en su educación metas a corto plazo". Recurre a una anécdota para explicarlo. Su hija le mandó un email pidiéndole consejo porque en "el trabajo de sus sueños" se gana poco dinero. "Pero no quiero el discurso de 'persigue tus pasiones', quiero un consejo de mi padre el práctico", le escribió ella. Él contestó: "Éste es un consejo de tu padre el práctico: persigue tus pasiones. Porque si las sigues, no sabes dónde te llevarán, pero seguro que será a una vida feliz, seas rica o pobre".

    Cuando se le pregunta por las universidades europeas, Sexton habla de los puntos fuertes del sistema estadounidense, al que se acerca el nuevo modelo europeo -la diversidad lleva a la competencia y ésta a la excelencia, dice-, pero advierte de que en EE UU está fallando el acceso "para todos basado en el talento". Tradicionalmente, Europa ha prestado menos atención en el primero, pero Sexton dice que nunca hay que perder de vista el tema del acceso.

    Cuando se le habla de la necesidad, manifestada por la ministra española de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, de atraer fondos privados a la Universidad para poder alcanzar esa excelencia, Sexton se pone muy serio. "Ha habido un pernicioso cambio en la concepción de la Universidad. Ha pasado de considerarse un bien público a un bien privado", se queja, y EE UU llevó a aumentar muchísimo el precio de las matrículas incluso en los campus públicos. Y se queja de la falta de becas competitivas pagadas por las Administraciones que permitan a la gente más capaz estudiar gratis en la universidad que elija.

    En España la situación es diferente. No está en cuestión el precio de las matrículas, sino la necesidad de atraer financiación de empresas privadas para hacer una universidad excelente. "¡Pero es lo mismo!", contesta. "Se trata de ver la Universidad como un bien público, no un bien privado. Si trasladas la responsabilidad al sector privado, ellos no responderán. En la zona del Golfo Pérsico, hay líderes que intentan crear un sistema universitario con un modelo de negocios: ellos invierten pero quieren sus retornos cuantificables. Eso está condenado al fracaso, porque ninguna universidad de primera línea, ninguna gran universidad puede tener éxito como un negocio. La Universidad de Nueva York es la universidad privada de mayor tamaño de EE UU y somos un fracaso como negocio, perdemos dinero todos los años", afirma.

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